Los primeros cristianos no eran sólo fieles en conservar las enseñanzas de los apóstoles en la comunión unos con los otros. También se reunían unos con los otros. También se reunían y participaban juntos “en el
partir del pan, y en las oraciones” (Hechos 2:42).
“Y, perseverando unánimes todos los días en el templo, y partiendo el pan en casa, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2:46) El partir el pan se refiere, a Cena del Señor. Probablemente, además de los símbolos del cuerpo y de la sangre de Cristo en la iglesia primitiva había también una cena compartida, un ágape.
Las oraciones que se mencionan aquí no son las oraciones privadas pero sí las reuniones de oración. Existen dos aspectos de la vida de adoración de la iglesia primitiva que son deseables en una iglesia renovada. Aquellos cristianos mostraban equilibrio en los dos sentidos. Por un lado la adoración era formal e informal. Eso deducimos del versículo 46, donde nos es dicho que adoraban en las casas y en el templo. Es interesante que los primeros cristianos continuaran adorando en el templo.
No abandonaron de inmediato la iglesia institucional; querían las reformas de acuerdo con el evangelio. Seguramente no participaban de los sacrificios del templo, porque entendían que los sacrificios ya habían sido cumplidos definitivamente con la muerte y resurrección de Cristo. Sin embargo, continuaron participando de las reuniones de oración en el templo. Estas reuniones tenían cierta formalidad, pero los cristianos las suplementaban con reuniones más informales y espontáneas en los hogares.
Creo que aquí hay una lección importante para la iglesia contemporánea. Algunas iglesias son demasiadas conservadoras. Resisten la cambios, parecen hechas de cemento; su lema parece ser la expresión litúrgica, ‘para siempre, por los siglos de los siglos, amén...’En ese tipo de congregación los adultos necesitan escuchar los jóvenes, y estos deberían estar representados en la dirección de la iglesia. No es necesario que estemos siempre de acuerdo con ellos, sin embargo debemos escucharlos con respeto.
Los jóvenes, por su parte, entendieron que la manera con que Dios transforma la iglesia institucional es más por la reforma paciente que por la revolución violenta. No necesitamos en oponernos a l oformal a través del informal; cada uno es apropiado en su momento. Necesitamos los servicios dignos y solemnes en el templo, pero también necesitamos encontrarnos en los hogares, donde podemos ser más informales y espontáneos. La adoración se enriquece tanto con la dignidad como con la espontaneidad. Un segundo aspecto del equilibrio que guardaba la adoración en la iglesia primitiva era su actitud de gozo y al mismo tiempo reverente. La palabra que traduce “alegría” en el versículo 46 describe gozo exuberante.
Dios había enviado su Hijo al mundo, ahora había derramado Su Espíritu en sus corazones... Como no estar
alegres! El fruto de Espíritu Santo es amor, y también es alegría.
Podemos imaginar en aquellos creyentes un gozo mucho menos inhibido que lo que las tradiciones suelen permitir. Algunas reuniones de adoración parecen más funerales. Todos están vestidos de negro, nadie sonríe, nadie dice nada, se tocan himnos con mucha lentitud y toda atmósfera es lúgubre. Por qué? Alegrémonos en el Señor! Cada reunión debe ser una celebración alegre. Pero, la adoración de la iglesia primitiva también se caracterizaba por la reverencia. Sus cultos no eran irreverentes. Si en algunas reuniones el ambiente es funerario, en otros es demasiado liviano. No reflejan la presencia solemne y soberana de Dios. Los primeros cristianos no conocían ese error. Cuando Espíritu Santo renueva la iglesia, a llena de alegría y también de reverencia ante Dios.
Fragmento del libro: "Señales de una iglesia viva", escrito por John Stott