Busca que te des cuenta de tu necesidad, pero también de lo que puede hacer Él por sus hijos.
Quiere que le digas en voz alta lo que necesitaste y no estuvo, de qué tenés hambre, de qué sos huérfano.
No te asombres. Todos somos huérfanos en algún sentido . Solo es cuestión de tiempo descubrirlo. Si no tuviste padres, entenderás claramente. También si te faltó uno de los dos. Pero aún si naciste en un hogar consolidado, te faltaron cosas.
Dios sabía que siempre íbamos a carecer de algo, por eso se nos adelantó y nos propuso su adopción: Que lo tomáramos como Padre. Porque en realidad, ése es su rol por excelencia.
Shhhh… Oí la voz del niño ahí adentro… Delante del Padre, que susurra su nombre. Está llorando. Dios lo toma con cariño, lo sienta en sus rodillas, con dulzura le seca las lágrimas, y pregunta suavemente, como quien ya conoce la respuesta: “¿Hija/o, qué te hizo falta?” . El niño sabe que puede hablar confiadamente, no será burlado, no usarán esas palabras en su contra, puede abrir su corazón de par en par; Ese mismo corazón que estuvo cerrado por tanto tiempo… Con la sencillez que da la infancia, comienza a contarle. Le dice de su angustia, porque no tuvo el calor de una abrazo. Le faltó el amor que vela por las necesidad de un plato de comida, de educación, la seguridad de saber que “papá ó mamá” estarían ahí; Se sintió indefenso, fue golpeado, creció sintiéndose ignorado, quizás lo llenaron de cosas materiales con tal de no escucharlo llorar… No se sintió deseado, o fue querido para llenar un vacío personal que poco tenía que ver con el amor de padres. Lo usaron de botín de guerra? Como proyecto de autorrealización? Le hicieron sentir terror por la noche, en vez de arroparlo. Los fantasmas estaban en la casa, en vez que en los cuentos. Le faltó la mirada de aprobación, y nunca más pudo sentirse capaz en ningún lugar. No recibió elogios. Se le negó el derecho a equivocarse en nombre del qué dirán. Le pusieron una mochila de expectativa que debía cumplir si quería sentirse bien en la vida. Le dijeron que molestaba. Le hablaban una cosa con palabras y otra muy distinta con hechos. Se rieron de él. Lo llevaron de acá para allá, como paquete. Lo vendieron, lo entregaron. Le robaron su inocencia. Le dieron un rol de adulto que no le correspondía. Vino a llenar huecos. Lo compararon con sus hermanos, y perdió. Nada de lo que hacía ponía contenta a mamá, ó a papá. Lo dejaban demasiado tiempo solo. Le decían que lo amaban, de la boca para afuera. Lo humillaron delante de todos cuando mojó su colchón. Le pidieron lo que no debe pedírsele a un niño…
Y la lista sigue. Son las necesidades de los hijos, clamores que duermen de a ratos, en corazones de adultos.
Pero hoy es el día que Dios, tu Padre, eligió para hablarte en intimidad, para escuchar lo que tenías para decir. Para consolar tu angustia, secar tus lágrimas, para abrazarte, para decirte: “Papá está acá. Ya no llores”
Para eso Dios nos adopta como hijos. Para darnos lo que nos faltó.
Para eso nos llamó Dios. Para comprobar cómo es el Amor del Padre.Así, con mayúsculas.
"Aunque padre y madre te dejaran, Yo no te dejaré" (Salmos 27:10)
Carla Scarcello
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